Octava Catequesis Rosario

8ª CATEQUESIS SOBRE EL SANTO ROSARIO

(Catequesis Mariana)


Realizado por: Rvdo. P. Oscar Gonzalez Esparragosa 
( Mayo  2020)


LOS MISTERIOS DOLOROSOS DEL SANTO ROSARIO


1.- LOS MISTERIOS DOLOROSOS.

        Los misterios dolorosos del Santo Rosario nos invitan a  contemplar, junto a María, la Pasión del Señor. Los evangelios dan mucho relieve a la Pasión de Cristo. La piedad cristiana se ha detenido siempre en la meditación de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor divino y la fuente de nuestra salvación. Hablando del amor del Padre, Jesús dijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que el mundo se salve por él”. Y, hablando de sí mismo, también nos dice: “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”. En la Pasión de Cristo descubrimos el amor inmenso de Dios, que, por nuestra salvación, ha  entregado a su Hijo a la muerte, ¡y una muerte de cruz! Contemplando la Pasión de Cristo comprendemos cuánto nos ama Dios! y ¡cuánto debe valer el hombre a sus ojos para haber merecido ser rescatado a precio de la sangre del Hijo!

         Los misterios dolorosos del Rosario escogen algunos momentos de la Pasión, para invitarnos a fijar en ellos la mirada y revivirlos en el corazón:
-      La agonía del Señor en el huerto de Getsemaní.
-      La flagelación del Señor.
-      La coronación de espinas.
-      Jesús cargado con la cruz.
-      La muerte de Cristo en la cruz.

“El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén” (RVM 22).

El “sí” de Cristo a la voluntad del Padre es la causa de nuestra salvación, porque cambió radicalmente la desobediencia de nuestros primeros padres y toda la historia de desobediencia que es la historia de la humanidad. El “sí” de Cristo, aceptando incluso la muerte, con tal de hacer la voluntad de Dios, es la prueba suprema del comienzo de una humanidad nueva, enteramente de Dios. Si nuestros primeros padres, creados en la santidad, desconfiaron de Dios y le desobedecieron, Jesús, en medio del sufrimiento de su pasión, supo confiar y decir “sí” de una manera radical y absoluta.

Cuánto costó a Jesús esa adhesión a la voluntad del Padre se manifiesta en los misterios siguientes, en los que la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, sumen al Hijo de Dios en el mayor dolor e ignominia.

Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora” (RVM 22).

2.- LA LECCIÓN DE MARÍA EN LOS MISTERIOS DOLOROSOS.

        La meditación de los misterios dolorosos del Rosario nos muestra a la Virgen estrechamente asociada a la Pasión de su Hijo. La íntima unión entre la Madre y el Hijo se mantuvo incluso en el Calvario. Entre las pocas personas que permanecieron fieles a Jesús hasta el pie de la cruz estaba su Madre. María participó plenamente de la fidelidad de Cristo al Padre…
-      Uniendo sus sufrimientos a los de Cristo.
-      Ofreciéndose al Padre junto con Él, por la salvación de los hombres,

De este modo, María cooperó de forma enteramente única a nuestra redención. Y por eso podemos llamarla Corredentora nuestra y Madre nuestra en el orden de la gracia, pues Ella ha contribuido, con su propio sacrificio, a nuestro nacimiento a la vida nueva de hijos de Dios.

3.- TOMAMOS NOTA.

        ¿Qué nos enseña María a través del rezo de los misterios dolorosos del Santo Rosario? Cuatro actitudes:

        1º.- La fidelidad a Dios incluso en los momentos difíciles de la vida. Todos sabemos que la vida nos enfrenta a situaciones que constituyen auténticas pruebas para nuestra fe y nuestra confianza en Dios: la pérdida prematura de nuestros seres queridos, determinadas enfermedades, los fracasos personales, la contemplación del sufrimiento de los inocentes, el padecimiento de injusticias de diversa índole… En momentos así, María nos invita a mirar a Cristo crucificado, a imitar su confianza y fidelidad, y a pedirle que acreciente en nosotros la fe, esperanza y caridad.

La meditación de los misterios del Rosario nos invita afrontar nuestros dolores a la luz del misterio de la pasión del Señor, encontrando en Cristo doliente, y en la Virgen dolorosa, el modelo para saber llevar con serenidad y fortaleza las cruces de cada día.

        2º.- Ofrecernos cada día, con Cristo, por la salvación del mundo. Como María, también nosotros estamos llamados a unir nuestras tareas y nuestras cruces de cada día al sacrificio que Cristo hizo de sí mismo en la cruz y que se actualiza cada día en la celebración de la Eucaristía.

Es en la Eucaristía, memorial y sacramento del sacrificio de nuestro Señor en la Cruz, donde Cristo nos invita a unirnos a Él, con nuestros gozos y también con nuestros dolores, para ofrecernos, por Él, con Él y en Él, por la salvación del mundo. De este modo, cuando vivimos nuestros padecimientos íntimamente asociados a Cristo, nuestros dolores se convierten en participación en la cruz redentora del Salvador. Y así, como nos enseña San Pablo, completamos en nuestro cuerpo lo que falta a la Pasión del Señor. Nuestros padecimientos, ofrecidos al Padre, junto con Cristo, dejan de ser experiencias destructivas sin sentido, y se convierten en una valiosa cooperación a la salvación del mundo.

La meditación de los misterios dolorosos del Rosario nos invita a llevar a la Eucaristía nuestras cruces de cada día, y a ofrecer nuestros padecimientos, unidos a Cristo, por la santificación del mundo.

        3º.- Situarnos a lado de los crucificados que encontramos en nuestro camino. La contemplación de María, que acompaña a su Hijo al pie de la cruz, constituye para la Iglesia una lección de solidaridad y compasión. María nos invita a reconocer en todo hombre o mujer que sufre el rostro de Cristo doliente. Ella nos enseña a…
- hacernos cercanos,
- orar intercediendo por cuantos sufren,
- comprometernos removiendo aquellas causas de sufrimiento que están a nuestro alcance,
- ofrecer nuestro afecto y nuestro consuelo cuando no sea posible prestar otro tipo de ayuda.

La contemplación del rostro de Cristo crucificado en los misterios dolorosos del Rosario nos ayuda a reconocer su rostro en los hermanos que sufren. Pues ¿cómo podríamos contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, y no sentir su llamada a convertirnos en sus “cirineos” en cada hermano que sufre o se siente desesperado?

        4º.- Confiar en su presencia maternal. La presencia de la Virgen al pie de la cruz nos recuerda que Ella también permanece cercana de todos sus hijos que experimentan el sufrimiento de las diversas “cruces” que nos trae la vida.

María nos ofrece y garantiza…
-      su compañía,
-      el consuelo de su amor,
-  la ayuda de su permanente intercesión, que nos alcanza las gracias necesarias para permanecer fuertes y firmes en medio de las mayores tribulaciones.

Los brazos maternales que acogieron el cadáver de Cristo crucificado son los mismos brazos que nos acogen, nos confortan, y nos defienden, ahora en nuestras luchas, y también en la hora de nuestra muerte.

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