10ª CATEQUESIS SOBRE EL SANTO ROSARIO
(Catequesis Mariana)
Realizado por: Rvdo. P. Oscar Gonzalez Esparragosa
( Mayo 2020)
CONSEJOS PARA MEJORAR EL REZO DEL ROSARIO
San Juan Pablo II dedicó
los últimos números de su Carta Rosarium
Virginis Mariae (2002) a ofrecer una serie de consejos y sugerencias que
nos ayuden a mejorar el rezo personal y comunitario del Rosario.
1.- El comienzo del rezo
del Rosario:
“En la
práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos
contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación
del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme»,
como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia;
en otras, se comienza recitando el Credo,
como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que
se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo
para la contemplación, son usos igualmente legítimos” (RVM 37).
2.- El enunciado del
misterio:
Según san Juan Pablo II, “enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al
mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las
palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o
momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la
Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas
devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san
Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento
visual e imaginativo considerándolo de gran ayuda para favorecer la
concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que
se corresponde con la lógica
misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos
humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su
misterio divino” (RVM 29).
3.- La escucha de la Palabra de Dios:
“Para dar
fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al
enunciado del misterio siga la proclamación
del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo
según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de
la Palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra
de Dios, pronunciada para hoy y «para mí». Acogida de este modo, la Palabra
entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que
produciría la simple reiteración. Se trata de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria,
esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario” (RVN 30).
4.- El silencio:
“La escucha y la meditación se alimentan del
silencio. Es conveniente que, después
de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes
de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado.
El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la
práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una
sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social
es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se
recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también
oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios,
concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio” (RVM
31).
5.- El «Padrenuestro»:
“Después de
haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural
que el ánimo se eleve hacia el
Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre,
al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere
introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace
hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez
suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación
cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave María, hace que la meditación del
misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial” (RVM
32).
6.- Las diez «Ave María»:
“Este es el
elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración
mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad
que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo
subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el
ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se
realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del
cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de
Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal
de María– […] Repetir en el Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo,
asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el
cumplimiento de la profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me
llamarán bienaventurada» (Lc1,
48).
El centro
del Ave María, casi como
engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se
percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo
que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre
de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y
fructuosa del Rosario. […] Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del
cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como
dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a
hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De la
especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, deriva,
además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda
parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora
de nuestra muerte” (RVM 33).
7.- El «Gloria»:
“La
doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto,
Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este
camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las
tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante
que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien
resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor
énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria
cristiana. En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta,
profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo
y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a
una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar
el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la
experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es
estarnos aquí» (Lc 9, 33)”
(RVM 34).
8.- La jaculatoria final:
“Habitualmente,
en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una
jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales
invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios
puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio
concluya con una oración dirigida
a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este
modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida
cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que,
meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen» (RVM 35).
9.- Conclusión del rezo:
“La plegaria
del Rosario se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la
mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales.
Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha
querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las
debidas disposiciones. En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un
itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene
al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de
esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María,
el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen,
bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías
lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel
al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima” (RVM
37).
10.- La distribución de las partes a lo largo de la semana:
“El Rosario
puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable.
De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos,
o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible.
Pero es obvio que muchos no podrán recitar más que una parte, según un
determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana
un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las
diversas fases del año litúrgico.
[…] Considerando
que […] el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano,
parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los
misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda
así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz.
No obstante,
esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación
personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre
todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones.
Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente
cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera
complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano,
centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a
través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de
sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia” (RVM 38).
CONCLUSIÓN
San Juan Pablo II concluyó su carta escribiendo:
“Lo que se
ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional,
que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad
teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una
contemplación más intensa.
La Iglesia
ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas
más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En
momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la
fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue
considerada como propiciadora de la salvación. Hoy deseo confiar a la eficacia
de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y
la de la familia” (RVM 39).
“Queridos
hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece
de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. […] Pienso en todos
vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias
cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el
rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía
con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana. ¡Qué este llamamiento
mío no sea en balde!” (RVM 43).
«Oh Rosario
bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos
une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto
seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo
en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el
último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario,
oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora
de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en
el cielo» (RVM 43).