Cuarta Catequesis Rosario

4ª CATEQUESIS SOBRE EL SANTO ROSARIO

(Catequesis Mariana)


Realizado por: Rvdo. P. Oscar Gonzalez Esparragosa 
( Mayo  2020)

EL ROSARIO,

ORACIÓN QUE NOS AYUDA A REZAR A LA VIRGEN (II).


1.- EL ROSARIO, INVOCACIÓN A LA VIRGEN MADRE.

Como forma de oración, el Rosario parte de la contemplación de María sobre el trasfondo del misterio de Cristo y de la Iglesia. A continuación, a partir de ahí, conduce al orante a la alabanza, la bendición y la invocación confiada.

En efecto, -como recordábamos en la pasada reflexión- el Avemaría, que se repite diez veces tras la contemplación de cada misterio, incluye:

-      En su primera parte, una oración de alabanza y bendición, que repite las palabras con que María es saludada y bendecida en el Evangelio: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.

-      En su segunda parte, el Avemaría incluye una invocación a la Virgen para que ejerza su intercesión maternal en favor nuestro: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. 

         Con esta invocación nos acogemos cada día a la intercesión maternal de la Virgen. Así, tomamos conciencia de uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha hecho: entregarnos a su propia Madre como Madre nuestra. En el momento supremo de su agonía en el Calvario, Jesús nos encomendó a María como hijos suyos. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y luego dijo al discípulo: “Hijo, ahí tienes a tu madre”. Desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Desde ese momento, María nos acogió a todos los cristianos como hijos suyos.

La que quiso ser, desde el principio, la “esclava del Señor” ha cumplido siempre, a la perfección, cuanto Dios le ha pedido. Por eso cumple también a la perfección su misión de Madre. María no se cansa de educar, guiar, defender y proteger a todos los que Jesús ha puesto bajo a su maternal cuidado. Consciente de esa verdad, San Bernardo –gran devoto de la Virgen- dirigió a nuestra Señora esta conocida oración:
“Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir 
que ninguno de cuantos se han acogido a vuestro amparo,
implorado vuestro socorro y dirigido sus súplicas,
haya sido abandonados por Vos”.

Toda la Iglesia ha experimentado siempre, de forma constante, esta intercesión maternal de María, y por eso los cristianos la honramos con títulos tales como…
-      Auxiliadora de los cristianos,
-      Consoladora de los Afligidos,
-      Salud de los enfermos,
-      Refugio de los pecadores,
-      Pastora que guía y defiende el Rebaño de Dios
-      Amparo, Abogada nuestra, etc...

El rezo del Rosario, en su dimensión de oración de intercesión, se poya en esta convicción de la Iglesia, y nos invita a ponernos confiadamente en las manos de nuestra Madre, pidiéndole que ejerza su solicitud maternal sobre nosotros, los discípulos de su Hijo. La plegaria insistente que dirigimos a la Madre de Dios, mediante el rezo del Rosario, se apoya en nuestra confianza en la intercesión maternal de quien todo lo puede ante el corazón de su Hijo. Por eso, algunos santos y teólogos, queriendo destacar la poderosa intercesión maternal de la Virgen, la han llamado: “la Omnipotencia suplicante” o también “la Omnipotente por gracia de Dios”. El poeta Dante exclamaba ante la Virgen: “Mujer, eres tan grande, y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas”.

Con el rezo del Santo Rosario, los cristianos apoyamos nuestra oración en la oración de la Virgen, haciéndola portavoz ante Dios de todas nuestras necesidades, espirituales y materiales. La Iglesia ha percibido siempre una particular eficacia en el rezo del Rosario, y ha confiado las causas más difíciles a su recitación comunitaria y constante. Los últimos Papas han señalado el Rosario como un instrumento espiritual particularmente eficaz para remediar algunos de los males de nuestro tiempo, muy especialmente los atentados contra la paz y las amenazas a la unidad y santidad de las familias.

2.- EL ROSARIO, ORACIÓN POR LA PAZ.

         San Juan Pablo II nos presentó el Rosario como una oración orientada, por su propia naturaleza, hacia la consecución de la paz.

1º.- En primer lugar, porque contemplar a Cristo y a María, en los veinte misterios del Rosario, es…
- aprender el secreto de la vida que conduce a la paz,
- y hacer de la paz nuestro proyecto de vida.

2º.- En segundo lugar, el Rosario es una oración que favorece la paz gracias a la caridad que promueve en nosotros cuando contemplamos y asumimos las mismas actitudes solidarias de Jesús y de María, sobre todo para con los que sufren.

3º.- El Rosario también se orienta a la consecución de la paz porque, gracias a su carácter meditativo, y a la serena sucesión de las Avemarías, ejerce sobre el corazón del orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir, experimentar y difundir la paz verdadera, que es un don de Cristo Resucitado.

Por todas estas razones, el Rosario constituye oración extraordinariamente valiosa para pedir y acoger el don de la paz.

3.- EL ROSARIO, ORACIÓN POR LAS FAMILIAS.

         San Juan Pablo II nos invitó a  valorar el Rosario como una oración de la familia y por la familia. En otro tiempo, fue una oración muy apreciada y frecuentada por las familias cristianas, cuya unidad favorecía. Se solía decir que la familia que reza unida permanece unida.

         Precisamente, uno de los problemas más importantes de la familia contemporánea es la creciente dificultad para que sus miembros se comuniquen. El tipo de vida que llevamos pone muchos obstáculos para que los diversos miembros de una misma familia puedan estar juntos. Y los escasos momentos de reunión familiar frecuentemente quedan absorbidos por el seguimiento de las imágenes del televisor, el ordenador o el móvil.

Rezar el Rosario en familia nos permite convocar a la familia en la contemplación de otras imágenes muy distintas a las usuales: las de la vida de Jesús y de María. Meditar amorosamente esas imágenes ayudará a nuestras familias a tomar como modelo a la Sagrada Familia y a buscar reproducir en su seno el mismo clima del hogar de Nazaret.

         El Rosario también resulta una oración muy adecuada para confiar a la Virgen el proceso del crecimiento de los hijos. A los padres les resulta cada vez más difícil seguir a los hijos en las diversas etapas de la vida. El ambiente mundano, las experiencias más imprevisibles, y los mensajes de todo tipo, hacen mella con facilidad en la vida de adolescentes y jóvenes. A veces, a los padres les resulta muy angustioso afrontar los peligros que corren sus hijos. Rezar el Rosario por los hijos y -cuando sea posible- también con ellos, aunque no soluciona todos los problemas, sin embargo nos procura paz interior y nos ofrece un caudal de gracias espirituales cuya importancia no debemos desdeñar.

En medio de las dificultades y pruebas de la vida no estamos desamparados. En medio de nuestras tareas cotidianas no caminamos solos. El amor de Dios, que no nos abandona jamás, ha querido darnos una Madre celestial que intercede cada día por nosotros. Por eso, Jesús nos sigue diciendo: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”.

         Así pues, no ignoremos el precioso don de Dios: María, Madre de Jesús, y Madre nuestra. Acudamos asiduamente a su amparo maternal, pues no habrá gracia necesaria para el auténtico bien de nuestra alma y para la salud espiritual de nuestros semejantes, que Ella no se empeñe en alcanzarnos con su poderosa intercesión.

         Descubramos el Santo Rosario como una forma sencilla y entrañable de acogernos a la protección de la Virgen. Que su rezo frecuente nos conduzca a gozar del consuelo de su amor maternal y su constante intercesión a favor nuestro.
         Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
         no desoigas la oración de tus hijos necesitados,
         antes bien líbranos de todo peligro, 
           oh Virgen gloriosa y bendita.